Desde su cabaña El Principio, en General Belgrano, Pablo Hernández lleva más de tres décadas dedicadas a la ganadería ovina y vacuna. Entre la tradición y el legado familiar, construyó un proyecto que hoy emociona al ver a sus hijos continuar el camino. En ese mismo campo donde todo comenzó, su hijo Facundo, de apenas 12 años, representa la continuidad de una pasión que se transmite de generación en generación.

Una vida entre vacas y ovejas
Pablo Hernández habla con serenidad, con ese tono de quien ha aprendido que en el campo todo llega con paciencia. Desde hace 31 años vive y trabaja en la Cuenca Baja del Salado, en General Belgrano, donde fundó su cabaña El Principio. Allí, junto a su esposa y sus hijos, lleva adelante un emprendimiento ganadero que combina vacas y ovejas, y que se convirtió con los años en una referencia de esfuerzo, selección y constancia.
“Arranqué cuando pude comprar el campo que tengo hoy. No es un campo grande, son 150 hectáreas, netamente pecuarias, donde desarrollo la actividad mixta entre vacas y ovejas”, explica. Sus inicios fueron con Hereford, pero poco después sumó las primeras ovejas: “Como muchos, empecé con la idea de tener una para comer un cordero, pero rápidamente me perfilé a trabajar como cabaña, porque era lo que ya hacía con el vacuno”.
Desde aquel 1994, cuando se radicó definitivamente en el campo, todo fue aprendizaje y evolución. “Fue un proceso lento, desde que uno arranca hasta que va tomando forma y conocimiento para desarrollar la actividad”, recuerda. Hoy, El Principio trabaja con un plantel de alrededor de 250 madres Hampshire Down de pedigree.
Herencia genética y evolución constante
Uno de los hitos más importantes en la historia de la cabaña ocurrió hace unos 15 años, cuando Hernández incorporó la genética de una majada de la histórica cabaña fundada en 1901 por la familia de Carlos Videla, expresidente de la raza. “Me pareció que era un patrimonio que no debía perderse”, señala. Desde entonces, El Principio mantiene varias corrientes de sangre y, en los últimos años, sumó genética inglesa mediante la inseminación con semen importado.
“Hoy tenemos alrededor de 80 nacimientos con media sangre inglesa y ya usamos algunos padres con muy buenos resultados. Uno de ellos fue reservado campeón carnero en Palermo y obtuvo los mejores datos de toda la exposición”, cuenta con orgullo.
Pero detrás de los logros hay una filosofía clara: la búsqueda de un animal rústico, capaz de adaptarse a las condiciones de la Cuenca del Salado. “Necesito que el animal tenga una performance de producción que no se interrumpa por falta de comida, por una sequía o inundación. Fue un proceso de muchos años de ir descartando lo que no servía y quedándome con lo que respondía”, detalla.
El resultado habla por sí solo: “Hace siete años mantenemos porcentajes de preñez excelentes y una tasa de mellizas que ronda el 60%”.
Mirada al futuro: genética inglesa y Congreso Mundial
“Nos hizo muy bien incorporar genética del país de origen. Le dio una refrescada a nuestras majadas que venían cerradas entre nosotros durante mucho tiempo”, analiza.
El desafío, advierte, es usarla con criterio: “Hay que saber seleccionar lo que realmente aporta a la raza. Si el evento se concreta como esperamos, va a ser muy positivo poder escuchar la mirada de criadores de otros países y compartir las problemáticas que tenemos todos”.
Y remarca: “Creo que va a ser un evento muy importante para mostrar el potencial de la Argentina”.

Una familia entre ovejas y sueños
Pablo vive con su esposa y sus tres hijos, en el campo que él mismo levantó. “Somos cinco, vivimos en el campo. Ver a mis hijos involucrarse me da una enorme satisfacción”, confiesa con emoción.
Su hija mayor estudia en La Plata, pero vuelve cada vez que puede. Sus dos hijos menores, Facundo y Mateo, crecieron entre corrales, lana y terneros.
Facundo, el mayor de los dos varones, tiene apenas 12 años y ya combina la escuela con el trabajo en la cabaña familiar. “Desde que nací estoy entre las ovejas y las vacas”, cuenta con orgullo. Vive en General Belgrano y cada día va y vuelve del pueblo al campo: “Me levanto temprano, voy al colegio, salgo al mediodía y me vuelvo para el campo”, relata. Allí lo esperan las tareas cotidianas: dar de comer a los animales, encerrar algún ejemplar o palenquear, esas actividades que para muchos chicos son desconocidas pero para él forman parte de su vida desde siempre.
Facundo explica que en la cabaña buscan criar animales fuertes y adaptados al campo. “Buscamos un animal que se mantenga con pasto natural, que no dependa tanto de la comida extra, al igual que las vacas”, detalla con claridad sorprendente. Y agrega: “Las ovejas no son iguales a las vacas, pero también necesitan que uno esté muy pegado a ellas”.

El orgullo del padre
La historia familiar tuvo un momento inolvidable este año, cuando Pablo no pudo participar en la pista de Palermo por problemas de salud y su hijo Facundo, con apenas 12 años, tomó su lugar.
“Se me cayeron las lágrimas. No es solo la continuidad, es el orgullo de ver que tu hijo valora tu trabajo. Que entiende que todo se gana con esfuerzo”, dice el padre con la voz quebrada.
El joven lo recuerda con emoción: “Les di de comer, los cuidé, los saqué a la pista, los palenqueé. Y mi papá me estaba viendo desde las gradas”.
Esa imagen sintetiza el espíritu de la familia Hernández: trabajo, herencia y amor por el campo.
“Siempre les digo que el trabajo no da resultados de un día para el otro. Que si ponen el mismo empeño, mal no les puede ir. La idea es que me superen, que sean mejores que yo y logren más de lo que yo pude lograr”, agrega Pablo con una sonrisa.

El futuro ya tiene rumbo
Facundo lo tiene claro: “Voy a estudiar veterinaria y seguir trabajando en el campo con mi papá y mi hermano”, afirma sin titubear. Mateo, de 11 años, comparte la misma pasión. Ambos representan una nueva generación que mantiene vivo el espíritu del trabajo rural.
Cuando se le pregunta qué prefiere —jugar al fútbol, ir al cine o estar en el campo con las ovejas—, no duda ni un segundo: “Estar en el campo con las ovejas”.
Facundo habla con naturalidad de lo que muchos adultos llaman vocación. En su caso, es algo más profundo: una herencia emocional.
“Me da orgullo seguir el trabajo de mi viejo”, dice con esa mezcla de ternura y convicción que solo tienen los que aman lo que hacen.
Entre premios y valores
A lo largo de tres décadas, El Principio cosechó numerosos reconocimientos. “No me dediqué exclusivamente al animal de show, pero en las regionales hemos obtenido varios grandes campeones y reservados y primeros premios. En Palermo logramos algunos premios con borregas y este año el reservado campeón carnero con los mejores datos de la muestra”, recuerda Pablo.
Sin embargo, en cada logro está el reflejo de una familia que encontró en las ovejas mucho más que un medio de vida: encontró un legado.
En General Belgrano, El Principio es más que una cabaña. Es una historia viva de esfuerzo, amor por el campo y fe en el futuro.
Una historia donde los fundamentos no son económicos, sino familiares.
Fuente: Nota de Horacio Esteban .


